Por: Greg Bahnsen.
“Mientras la tierra permanezca, la sementera y la siega, el frío y el calor, el verano y el invierno, y el día y la noche no cesarán.” (Génesis 8:22)
La uniformidad de la naturaleza es un tema crucial en la metafísica que provee de un sistema mundial en el que podemos prácticamente vivir nuestras vidas, además de participar en la investigación científica. Pero el no cristiano tiene un problema explicando la uniformidad de la naturaleza. Veamos como sucede esto. Mientras que en el capítulo anterior lidiamos con temas morales, en este lidiaremos con la uniformidad de la naturaleza que involucra asuntos científicos.
Como lo señalamos brevemente en un capítulo anterior, vivimos en lo que llamamos “universo.” La idea de un uni-verso encierra a todas las cosas creadas colectivamente. Esta palabra “universo” se deriva de unus, la palabra en latín “uno” y versus es del latín “convertir,” lo que significa “convertirse en uno,” es decir, de muchas partes. El que vivamos en un universo indica que existimos en un sistema ordenado, unificado y único que está compuesto de muchas partes diversas. Estas partes funcionan juntas como un sistema predecible, racional y completo. Nosotros no vivimos en un “multiverso.” Un multiverso sería un surtido aleatorio, totalmente fragmentado y desunido de hechos desconectados y no conectables. Estos hechos no conectables serían esparcidos sin sentido en una confusión caótica y un desorden final.
La idea de un universo está ligada necesariamente con el principio científico de la uniformidad de la naturaleza. La uniformidad del universo predice que lo que sucede en un determinado tiempo en el mundo material, ocurrirá otra vez bajo condiciones suficientemente similares. Es decir, que las mismas causas materiales bajo las mismas condiciones materiales producirán los mismos resultados materiales. La uniformidad de la naturaleza, por lo tanto, implica dos verdades importantes que la componen:
1. La uniformidad es válida en todo lugar. El carácter del universo material es tal que funciona de acuerdo a una regularidad discernible. Las leyes naturales que operan en un lugar del universo operaran uniformemente por todo el universo, de tal manera que la misma causa física producirá bajo circunstancias similares el mismo resultado físico en donde sea.
2. La uniformidad es válida en todo tiempo. Podemos esperar que el futuro sea como el pasado en tanto que las leyes naturales no cambien con el tiempo. Por consiguiente, aún los cambios en el universo provocados por eventos super masivos como la explosión de supernovas, la colisión de galaxias y demás, son predecibles, siendo gobernados por la ley natural. Estas leyes mantienen la verdad en todo tiempo, desde el pasado hasta el futuro.
La ciencia es absolutamente dependiente de esta uniformidad porque sin ella no puede inferir de eventos pasados lo que se puede esperar bajo circunstancias parecidas en el futuro. La ciencia física requiere absolutamente de la habilidad de predecir la acción futura de entidades materiales. La experimentación científica, teorizar y predecir serían imposibles donde no hubiera una naturaleza uniforme. La investigación científica sólo es posible en un sistema unido, coherente, racional y ordenado.
Si la realidad fuera accidental y desordenada, no tendríamos leyes científicas básicas gobernando y controlando varios fenómenos. Por ejemplo, los laboratorios médicos hacen experimentos controlados para crear procedimientos y medicamentos que curen y prevengan enfermedades, y demás. Nuestro programa espacial no podría utilizar las leyes de la gravedad para proporcionar ayuda para impulsar las sondas interplanetarias. Todas las ramas de la ciencia aprenden de las experiencias pasadas para que ese conocimiento ayude a controlar experiencias futuras.
Y claro está que también nuestro diario vivir sería inconcebible sin la uniformidad. No tendríamos para nada unidad ni en la experiencia ni en el pensamiento. Esto es verdad al nivel más mundano de la vida diaria, en cosas tales como caminar, andar en bicicleta o manejar un carro. Estas experiencias comunes dependen de la uniformidad. Cuando pones con éxito un pie enfrente del otro y te inclinas hacia adelante, esperas moverte a cierta distancia sobre la superficie de la tierra, no volverte un pulpo o convertirte en una fórmula matemática.
Todos asumen la uniformidad de la naturaleza, de otra forma no podríamos saber que la gravedad nos mantiene en la superficie de la tierra, que la inercia podría provocar que estuviéramos en reposo hasta que una fuerza se aplicara, que el sol saldría mañana, que comer le daría energía a nuestros cuerpos y así sucesivamente. Las leyes de la naturaleza son consideradas por los científicos como una verdad (nunca son contradichas), universales (aplican en todo el universo), absolutas (nada las altera) y sencillas (pueden ser expresadas por fórmulas matemáticas).
Si viviéramos en un multiverso todos y cada uno de los hechos necesariamente se sostendrían solos, completamente desconectados de otros hechos, sin formar un sistema en conjunto. Como consecuencia, nada podría estar organizado y relacionado en una mente porque ningún hecho se podría relacionar con cualquier otro. Por lo tanto, la ciencia, la lógica y la experiencia necesariamente requieren de uniformidad como un principio del mundo natural.
Ahora bien, el problema que surge para el incrédulo es explicar la uniformidad de la naturaleza. Debido a que el incrédulo está tan enamorado de la ciencia y del método científico, este es un buen lugar para demostrar la crisis de su cosmovisión. Debes presentar tu desafío estándar apologético al incrédulo: “¿Qué cosmovisión esperaría de manera razonable que las conexiones al azar funcionaran uniformemente en todo el universo o que el futuro será como el pasado?” Nosotros estamos preguntando, en otras palabras, ¿qué cosmovisión hace que la experiencia humana sea inteligible y que la ciencia sea posible? Todas las personas sanas asumen la uniformidad, pero sólo la cosmovisión cristiana puede explicarla.
Los incrédulos afirman: “Nosotros sólo conocemos las cosas basados en la observación y la experiencia. Nosotros sólo conocemos las cosas que son el resultado de experiencia de los sentidos en el mundo material.” Pero el problema surge: nosotros no tenemos experiencia del futuro, porque aún no sucede. Por lo tanto, en este método científico basado en la experiencia, ¿cómo podemos predecir que el futuro será como el pasado de tal forma que podamos esperar que los experimentos científicos sean válidos?
El incrédulo intentará responder: “Nosotros sabemos que el futuro será como el pasado porque nuestra experiencia pasada del resultado del futuro siempre ha sido así.” Pero esta declaración todavía sólo nos habla del pasado, no de un acercamiento al futuro que nosotros debamos anticipar ahora. Además, no puedes esperar que el futuro sea como el pasado separado del punto de vista de la naturaleza de la realidad que nos informa que los eventos son controlados de manera uniforme, como por Dios en el sistema cristiano. Aún el renombrado filósofo ateo Bertrand Russell (1872–1970) admitió que el principio de la inducción (de que podemos tomar las experiencias pasadas y proyectarlas en el futuro, de que podemos conocer el futuro obteniendo conocimiento del pasado) tiene un fundamento en la observación y en la experiencia de los sentidos. Por lo tanto, no tiene un fundamento “científico.” Con todo, toda la ciencia formal y toda la experiencia humana racional asumen la uniformidad. La declaración exacta de Russell es la siguiente:
«Se ha discutido que nosotros tenemos la razón de saber que el futuro se va a parecer al pasado, porque lo que era el futuro se ha convertido constantemente en el pasado y siempre se ha encontrado que se parezca al pasado, así que nosotros realmente tenemos experiencia del futuro, a saber, de los tiempos que antes eran el futuro, que podemos llamar los futuros pasados. Pero tal argumento plantea realmente la pregunta en cuestión. Nosotros tenemos experiencia en futuros pasados, pero no en futuros-futuros y la pregunta es: ¿Se parecerán los futuros-futuros a los pasados futuros? Esta pregunta no será contestada por un argumento que parta de los futuros pasados solamente. Por lo tanto, nosotros tenemos todavía que buscar algún principio que nos permita saber que el futuro seguirá las mismas leyes del pasado…
Los principios generales de la ciencia, como el de la creencia en el reino de la ley y la creencia de que todo evento debe tener una causa, son tan completamente dependientes del principio de inducción como lo son las creencias del diario vivir. Todos estos principios generales se creen porque la humanidad ha encontrado innumerables instancias de su verdad y no ha encontrado instancias de su falsedad. Pero esto no ofrece evidencia para su verdad en el futuro a menos que el principio de inducción sea asumido.
Así que todo el conocimiento que, sobre una base de la experiencia nos dice algo acerca de lo que no es experimentado, está basado en una creencia que la experiencia no puede ni confirmar ni refutar, sin embargo, por lo menos en sus aplicaciones más concretas, parece estar tan firmemente arraigado en nosotros como muchos otros de los hechos de la experiencia. La existencia y la justificación de tales creencias—por el principio de inducción, como lo veremos, no es el único ejemplo— plantea algunos de los más difíciles y más debatidos problemas de la filosofía.»
Finalmente, Russell termina cayendo en el subjetivismo cuando reconoce que no puede explicar el mundo objetivo como es:
«En la ontología__, yo empiezo por aceptar la verdad de la física… Los filósofos pueden decir: ¿Qué justificación tienes para aceptar la verdad de la física? Yo les contesto: simplemente una base de sentido común… Yo creo (aunque sin buenas razones) en el mundo de la física así como en el mundo de la psicología… Si hemos de sostener que conocemos cualquier cosa del mundo externo, debemos aceptar los criterios del conocimiento científico. Ya sea que… un individuo decida aceptar o rechazar estos criterios, es un asunto puramente personal, no susceptible a ser argumentado.»
Otro filósofo de la ciencia habla de la paradoja de la inducción:
«La paradoja de la inducción es el problema de que en todo razonamiento científico formamos conclusiones, llamadas leyes, que son de una naturaleza general, sin embargo, la evidencia que tenemos para esas leyes está basada en experiencias particulares. Por ejemplo, formamos la conclusión de que los rayos de luz se curvean cuando pasan del aire al vidrio, pero nosotros sólo hemos observado un número finito de instancias de esta ley. En una reflexión más profunda vemos que no necesariamente hay una conexión entre algo que sucede una vez y la misma cosa sucediendo en circunstancias similares en otra ocasión. No estamos familiarizados con el “poder” detrás de los eventos que asegura la uniformidad de la naturaleza en todo del espacio y el tiempo.
La ley general abarca un número potencialmente infinito de instancias que ninguna cantidad de observación podría posiblemente afirmar. El problema es normalmente expresado como un problema de inferencia del pasado al futuro, pero de manera estricta, este sólo es una instancia del problema; eventos no observados del pasado también están sujetos a la paradoja de la inducción—nosotros nunca podremos estar seguros de que alguna ley general ha aplicado la uniformidad incluso en el pasado. Ninguna ley general puede ser cierta.»
Es más, otra complicación surge para el no cristiano: ¿Cómo sabemos con certeza que el universo es un hecho uniforme? ¿Ha investigado el hombre cada uno de los aspectos del universo desde cada una de sus más pequeñas partículas atómicas hasta la más lejana de sus galaxias y todo lo que existe en medio de eso, para que pueda hablar con autoridad? Después de todo, como Kilgore Trout hace la graciosa observación: “El universo es un lugar grande, quizás el más grande.” ¿Tiene el hombre un conocimiento exhaustivo acerca de cada partícula de la materia, cada movimiento en el espacio y cada momento del tiempo? ¿Cómo sabe el hombre que la uniformidad gobierna todo el mundo y el universo completo? Como lo lamenta “La Paradoja de la Inducción”: “No tenemos forma en el presente de estar seguros de que el universo es uniforme. Nosotros sólo tenemos muestras físicas de la naturaleza en nuestra propia limitada porción del universo… [Nosotros] queremos que las leyes del universo sean tales que no las comprendemos, pero no hay una razón ofrecida del porque el universo debería ser así.”
Además, ya que el hombre afirma tener una experiencia de cosas externas, ¿cómo sabemos que nuestra experiencia es acertada y que se conforma actualmente a como es la realidad, para que la ciencia pueda funcionar? ¿Cómo sabemos que no somos unas mentes libres flotantes? o ¿Simplemente una mente? Nosotros vimos estos problemas en capítulos previos acerca de la metafísica y las cosmovisiones alternativas.
Este tipo de preguntas no se hacen comúnmente pero, no obstante, son de vital importancia. Este punto demuestra que todos y cada uno de los intentos de demostrar que la uniformidad en la naturaleza requiere necesariamente de un razonamiento circular. Para demostrar la uniformidad uno debe asumir o presuponer la uniformidad.
Si me dispongo a discutir la uniformidad del universo porque puedo predecir la causa-efecto, ¿no estoy presuponiendo la uniformidad y la validez de mi experiencia? ¿Cómo puedo estar seguro que mi experiencia en la causa y efecto son una reflexión correcta de lo que realmente sucede? Es más, ¿no estoy presuponiendo la coherencia confiable y uniforme de mi propia racionalidad—una racionalidad que requiere de uniformidad?
La cuestión se reduce a esto: Ya que el hombre no puede conocer todo debe asumir o presuponer la uniformidad, después pensar y actuar conforme a este supuesto básico. Como consecuencia el principio de la uniformidad no es una ley científica sino un acto de fe que subyace en la ley científica. Así que, apegarse al principio de la uniformidad—aunque es absolutamente esencial para la ciencia y el método científico—es un compromiso intrínsecamente religioso. Aquí el problema del punto de vista fundamental de la realidad del incrédulo se colapsa en lo absurdo. Él está comprometido con la noción de que el azar explica el universo. Por ejemplo, el modelo del Bing Bang del inicio del universo “representa la suspensión instantánea de las leyes de la física, la repentina y abrupta carencia de leyes que permitieron que algo surgiera de la nada. Esto representa un verdadero milagro—trascendiendo los principios de la física.” Esto enseña que
«[t]oda la materia y la energía, así como el tiempo, fueron creados en el Bing Bang hace aproximadamente 10 o 20 billones de años. En otras palabras, en algún punto distante en el pasado, todo en el universo estaba concentrado en una región como un punto del espacio llamado singularidad. Por alguna razón, y los astrónomos no están seguros de por qué, esta singularidad se expandió rápidamente en una explosión, soltando toda la materia-energía y el tiempo—a este evento se le da el término de Bing Bang.»
El punto de vista del Bing Bang sobre el origen del universo domina a la comunidad científica de tal forma que “en la actualidad, virtualmente todos los recursos financieros y experimentales en cosmología son dedicados a los estudios del Big Bang.” Por todas partes leemos que: “El físico Gregory Benford está aún más entusiasmado: ‘Es como si la Naturaleza prodigiosa y generosa por billones de años ha arrojado variaciones en sus temas como un Picasso prolífero y descuidado. Ahora la Naturaleza encuentra que una de sus creaciones casuales ha regresado con una visión penetrante de búsqueda y con sus propios cuadros que pintar.”
El ganador del premio Nobel, el biólogo molecular francés, Jacques Monod lo dice sin rodeos: “El azar puro, completamente libre pero ciego, [yace] en las raíces mismas del extraordinario edificio de la evolución… El universo no estaba embarazado de la vida ni la biósfera con el hombre. Nuestro número salió en el juego de Monte Carlo.”
El evolucionista K. Rohiniprasad comentó en “El Accidente de la Evolución Humana”: “Como el biólogo de la evolución Stephen Jay Gould lo dice, los humanos surgieron del resultado contingente y fortuito de miles de eventos vinculados. Debemos reconocer humildemente el hecho de que cualquiera de estos eventos podría haber ocurrido de manera diferente y haber enviado a la historia por un camino alternativo.” Con respecto a cuatro giros evolutivos, continúa declarando en el mismo artículo: “Es importante darse cuenta que los cuatro incidentes de arriba están totalmente sin relación y son aleatorios. Como cualquier otro fenómeno o catástrofe que cambió el curso de los eventos en la tierra, la evolución biológica rodaba sin ningún plan o propósito preestablecido.”
Desafortunadamente para la cosmología no cristiana, el azar involucra lo aleatorio e impredecible. Como la fuente de todo ser, esta socava la uniformidad de toda la realidad material, por una “singularidad” (como la predicción de los hoyos negros, así como para el inicio de todo el universo) “es un punto donde las leyes físicas se rompen, donde la materia es infinitamente densa.”
La cosmovisión incrédula requiere de fe en milagros, aún sin una razón para esos milagros. La vida surge de la no vida. La inteligencia de la no inteligencia. La moralidad de lo que es amoral. Estas son afirmaciones de fe para explicar nuestro mundo y cómo surgió. El mundo se vuelve como el comentario de introducción de Mark Twain (1835–1910) en Las Aventuras de Huckleberry Finn: “Las personas que intenten encontrar un motivo en esta narrativa serán procesados; las personas que intenten encontrar una moral en esto serán desterrados; las personas que intenten encontrar una trama en esto serán fusilados.”
Sin embargo, la uniformidad de la naturaleza es perfectamente compatible con la cosmovisión cristiana. El Dios que gobierna soberanamente que creó todo y es absoluto nos revela en la Escritura que podemos confiar en las regularidades en el mundo natural. La Biblia enseña que el sol continuará midiendo el tiempo para nosotros en la tierra (Génesis 1:14–19; Eclesiastés 1:5; Jeremías 33:20), que las estaciones vendrán y se irán uniformemente (Génesis 8:22; Salmos 74:17), que los ciclos para plantar y cosechar pueden ser esperados (Jeremías 5:24; Marcos 4:26–29) y así sucesivamente. Debido a la regularidad gobernada por Dios en la naturaleza, la iniciativa científica es posible y aún fructífera.
Observaciones exegéticas
Tres textos particularmente importantes son de mucha ayuda para entender la racionalidad del mundo y la coherencia de nuestra experiencia: Efesios 1:11; Colosenses 1:16–17 y Hebreos 1:3. Estos versículos explican la uniformidad de la naturaleza.
Comenzaremos con el pasaje en Colosenses como un texto muy señalado que abre el fundamento bíblico para la uniformidad. En Colosenses 1:16 aprendemos que “todas las cosas fueron creadas, las que están en los cielos y las que están en la tierra, visibles e invisibles… todas las cosas han sido creadas por Él.” La forma del verbo “creó” en griego está en el tiempo perfecto, que nos habla de una acción completada en el pasado con un efecto continuo. El Señor creó el mundo tal como es y continúa existiendo como tal.
En esta breve declaración la palabra “todas” (gr. panton) aparece cuatro veces, enfatizando la totalidad de Su actividad creadora. No sólo eso, sino que ésta específica que las cosas “visibles e invisibles” fueron creadas por Él. Pablo declara enfáticamente: Todas las cosas sin excepción—materiales y espirituales—han sido creadas por el Señor. Es decir, el Señor es la fuente de toda la creación, no sólo de los elementos materiales sino de sus leyes invisibles. Cada aspecto de la realidad se deriva del poder creativo de Dios, no de los poderes auto creados e inherentes del azar. Después de todo, Él existe “antes de todas las cosas” como su fuente fundamental.
Además, Pablo da un punto fundamental de que todas las cosas han sido creadas no sólo “por Él” sino también “para Él” (Romanos 11:36; 1 Corintios 8:6). El universo no existe por sí mismo y sin considerar a Dios: el universo no es autónomo ni se explica a sí mismo. Este existe como la posesión personal de Dios y finalmente para Su gloria singular. Este tiene significado, sentido y propósito como una realidad creada por Dios y que glorifica a Dios. Este no puede entenderse correctamente apartado de Él—por eso nuestra apologética de “la imposibilidad de lo contrario.”
Al continuar leyendo, descubrimos que el orden creador es mantenido por Jesús: “en Él todas las cosas subsisten.” El verbo en griego sunistemi (“subsistir, mantener junto”) se deriva de histemi (“pararse”) y sun (“con”), así que literalmente significa “provocar que se pare junta.” En griego el mundo es llamado un kosmos, que es el opuesto de la palabra en griego chaos: un lugar que es provocado a “pararse junto” en un todo armonioso. “La unidad, orden y adaptación evidente en toda la naturaleza y la historia puede ser atribuida al Defensor y Sustentador de todo.” En realidad, “el orden y la regularidad de los procesos naturales y del poder de razonamiento humano resuena con esta racionalidad. En la era moderna, los físicos Newtonianos y la investigación científica de ‘las leyes de la naturaleza’ fueron basadas en un axioma similar.”
En Efesios 1:11 vemos más evidencia del propósito racional que yace debajo del universo, porque Pablo revela que Dios “hace todas las cosas según el designio de Su voluntad.” En lugar de que el azar y lo impersonal sean el fundamento en el universo, el Dios racional de la Escritura gobierna y controla todas las cosas según Su propio y deliberado consejo (gr. boule, “plan”) que surge de Su determinación voluntaria y soberana. El universo no existe como un accidente. Tampoco Dios lo creó arbitrariamente. Más bien, el universo magnífico es el resultado del plan deliberado de Dios quien abarca “todas las cosas.”
La oración en Hebreos complementa ambas declaraciones, la de Colosenses y la de Efesios, señalando que Él “sustenta todas las cosas con la palabra de Su poder” (Hebreos 1:3b). El verbo “sustenta” es hupostasis que se compone de histemi (“pararse”) y hupo (“debajo”): “el que se para debajo.” Él sustenta el universo no sólo por un “poder” en bruto (dunameos de donde se deriva “dinamita”) sino por el poder gobernado por Su “palabra.” La mención de Su “palabra” no sólo resalta la falta de esfuerzo por medio de la cual Él sustenta el universo (debido a Su poder absoluto), sino que habla de su racionalidad y coherencia.
Debido a que Dios creó un universo coherente y racional por medio de Su plan voluntario y soberano, y debido a que Él creó al hombre a Su imagen para que funcionara en ese mundo, vemos evidencia claramente reveladora para el fundamento de lo que los científicos llaman “la uniformidad de la naturaleza.”
Extracto del capítulo 10 del libro “¡Prepárate para la Buena Batalla!: La Metodología Apologética de Greg L. Bahnsen”. Disponible para descargar libre en https://www.visionamericalatina.com/wp-content/uploads/2013/09/Preparate-para-la-Buena-Batalla-Ebook.pdf