Cómo probar las presuposiciones de uno: Indirectamente
El diálogo apologético entre el creyente y el incrédulo los lleva a ambos a la reflexión epistemológica y al desacuerdo1. Por ejemplo, uno dice que “conoce” que Dios existe y se ha revelado en la Biblia, pero el otro dice que ” conoce”2 que la Biblia está en error porque informa de acontecimientos milagrosos que no podrían haber ocurrido, ya que Dios no existe. Tanto el creyente como el incrédulo, en contradicción el uno con el otro, afirman tener creencias verdaderas, de las que tienen justificación o buenas evidencias. Como acabamos de ver, son sus supuestos opuestos -sus puntos de referencia contradictorios y sus autoridades finales- los que marcan la diferencia crítica en lo que cada oponente aceptará como justificado o intelectualmente garantizado. Tal disputa religiosa es, por su propia naturaleza, una disputa entre diferentes tribunales de apelación finales. La resolución de los litigios en materia de apologética, por lo tanto, gira en torno a si el creyente o el incrédulo pueden justificar racionalmente sus estándares (o métodos) últimos de justificación, lo que equivale a exhibir la “racionalidad de la propia concepción de la racionalidad”. ¿Cómo es posible que se pueda hacer eso? (No hay escasez de filósofos religiosos e irreligiosos que sostendrían que no se puede hacer.) ¿Cómo puede el cristiano probar sus presuposiciones y refutar las presuposiciones de los no cristianos?
Los desacuerdos sobre las teorías del conocimiento se producen necesariamente en el contexto más amplio del debate sobre las cosmovisiones contrarias - redes de presuposiciones contrarias relativas a la naturaleza de la realidad, las normas éticas y el modo en que sabemos lo que sabemos3. El cristianismo y sus filosofías de vida rivales representan principios de interpretación, criterios de verdad, concepciones de objetividad, valores e ideales mutuamente excluyentes, etc. En última instancia, pues, los detalles de la propia teoría del conocimiento están “justificados” en cuanto a su coherencia dentro de la teoría distintiva y amplia de la que forman parte;4 se garantizarán a la luz de los supuestos metafísicos y éticos fundamentales que a su vez están garantizados por esos mismos supuestos epistemológicos. Los argumentos de ambas partes son “circulares” en el sentido de que cada cosmovisión trata de regimentar sus presuposiciones como una perspectiva coherente y coordinada de la experiencia. Hipotéticamente, si ambos fueran coherentes con sus supuestos fundamentales, el creyente y el incrédulo terminarían con una antítesis integral en su actitud personal y en sus sistemas o perspectivas conceptuales, en cuyo caso no podrían exhibir eficazmente el uno al otro la racionalidad, coherencia o justificación de sus concepciones de racionalidad, coherencia o justificación.5
Sin embargo, el incrédulo no es (y no puede ser) consecuente con sus presuposiciones asumidas. Argumenta una cosa externamente en términos de su sistema epistemológico o filosófico, pero internamente o psicológicamente razona en términos de presuposiciones contrarias6. A pesar de su oposición intelectual a la fe cristiana, no puede escapar a conocer a Dios a través de la naturaleza y a reconocer la voz de su Creador cuando se encuentra con el mensaje de la Escritura. En cuanto a su conocimiento de Dios, el incrédulo tiene afinidad con la posición del cristiano y puede entender y apreciar su argumentación apologética. Pero él suprime la verdad con injusticia, ofreciendo cualquier número de argumentos y objeciones a la cosmovisión cristiana para racionalizar su rebelión. Se ha convertido en un hombre que vive con dos mentalidades, incómodo con una y frustrado intelectualmente por la otra7. Las cosmovisiones de los no creyentes siempre han demostrado ser un fracaso epistemológico8. Sin embargo, el pensamiento del incrédulo con el que trata el apologista no se ha convertido en algo tan inútil como podría ser si fuera totalmente coherente. La gracia común de Dios frena la inmoralidad e irracionalidad del incrédulo, proporcionando un contexto para un enérgico desafío apologético por parte del creyente. Los no cristianos suelen mantener estándares fructíferos y apropiados de conducta y conocimiento9. Esto proporciona un “pou std”10 para refutar su sistema de pensamiento. Si analizamos y comparamos las cosmovisiones que compiten entre sí, encontramos que la perspectiva del hombre autónomo hace ininteligibles los hechos, la lógica, la objetividad, la experiencia, etc11. Sólo el apologista cristiano tiene un sistema filosófico dentro del cual los estándares o creencias a las que el incrédulo da su asentimiento en común con el creyente (por ejemplo, la lógica, la inducción, la conciencia de sí mismo, la libertad mental, el razonamiento conceptual, los absolutos morales, la dignidad humana) son inteligibles12. Y esta es la fuente del argumento apologético esencial por el cual se refutan las presuposiciones últimas y la cosmovisión del incrédulo13.
Para decirlo de forma comprimida, las disputas apologéticas dependen de las presuposiciones conflictivas (cosmovisión) del creyente y del incrédulo, pero el creyente puede argumentar la racionalidad de sus presuposiciones (y demostrar la irracionalidad de la visión opuesta) mediante una “comparación y crítica internas” de los dos conjuntos de presuposiciones contrarias. Esto es lo que se conoce como un argumento indirecto, un argumento “de la imposibilidad de lo contrario”. Podemos aclarar esto considerando cómo es un argumento directo. Un argumento directo es posible entre dos personas que comparten supuestos relevantes. En el contexto de ese acuerdo interpretativo, pueden apelar directamente a hechos observados, valores y estándares personales o líneas de razonamiento que deberían “tener peso” con la otra persona; no se esperaría ningún desacuerdo “interpretativo” arraigado. (Piense en dos amigos yendo a un libro de texto de botánica mutuamente aceptado para resolver su desacuerdo sobre el tipo de flor que crece en un jardín). Sin embargo, cuando el argumento implica un desacuerdo sobre las suposiciones últimas de uno (por ejemplo, la existencia de Dios, la naturaleza del hombre y su lugar en el cosmos, o las normas del bien y del mal), no hay nada a lo que se pueda apelar directamente que no sea sopesado o interpretado en términos de los mismos estándares o valores que se están debatiendo.
Por lo tanto, nos queda la prueba indirecta o la refutación. Las dos teorías o cosmovisiones fundamentales deben ser comparadas, siendo analizadas “desde dentro” de sí mismas, con el fin de reducir al absurdo la posición que se opone a la suya. La posición autónoma del incrédulo debe demostrarse como intelectualmente insostenible por sus propios fundamentos. Así es como Van Til describió su procedimiento apologético:
Ya que en la base reformada no hay un área de neutralidad entre el creyente y el incrédulo, el argumento entre ellos debe ser indirecto. Los cristianos no pueden permitir la legitimidad de los supuestos que subyacen a la metodología no cristiana. Pero pueden colocarse en la posición de aquellos a quienes buscan ganar para creer en el cristianismo por el bien del argumento. Y el no cristiano, aunque no acepte las presuposiciones con las que trabaja el cristiano, puede, sin embargo, colocarse en la posición del cristiano por el bien del argumento.14
El método de razonamiento empleado debe ser consistente y fluir fuera de la posición defendida. … Si se tiene siempre presente este canon fundamental del razonamiento cristiano, podemos comenzar a razonar con nuestros oponentes en cualquier punto del cielo o de la tierra y podemos, por el bien del argumento, presentar al teísmo cristiano como una hipótesis entre muchas,15 y podemos, por el bien del argumento, situarnos sobre el terreno de nuestro oponente para ver lo que sucederá. En todo esto, nuestro propósito seguirá siendo el de tratar de reducir la posición no teísta, en cualquier forma que aparezca, a un absurdo. En nuestra predicación decimos que los que no aceptan a Cristo están perdidos. Nuestro razonamiento no puede hacer nada menos.16
La “razón de la esperanza” que está dentro de nosotros (cf. 1 Pedro 3:15) es que, sin el señorío de Cristo, no podría haber ninguna razón inteligible dada por el incrédulo para nada. Dios ha hecho insensata la sabiduría de este mundo (cf. 1 Cor. 1:20). La Biblia, al afirmar la reductio ad absurdum defendida por Van Til, dice muy aguda y poderosamente: “Profesando ser sabios, se hacen necios” (Rom. 1:22).
El argumento apologético indirecto es evidente en las páginas anteriores de este libro. Como ya se ha indicado en análisis y discusiones anteriores, la cosmovisión del creyente puede ser comparada internamente con la cosmovisión del no creyente para ver si alguno de los dos tiene una teoría convincente del conocimiento. Cuando hacemos esto, los resultados son de gran importancia apologética (ya que los creyentes y no creyentes están discutiendo sobre lo que “saben” y no “saben”). Dentro de la cosmovisión cristiana, el conocimiento (junto con los métodos racionales y empíricos) puede afirmarse y hacerse inteligible17. Pero cuando “por el bien del argumento” examinamos el carácter y las consecuencias de las filosofías no cristianas, nos encontramos con el repetido fracaso epistemológico de la incredulidad18. El cristianismo es, pues, epistemológicamente necesario, es decir, debe ser verdadero por la imposibilidad de lo contrario.
En el argumento entre la fe cristiana y la incredulidad, es importante recordar que las dos posiciones son mutuamente excluyentes: una se somete a la autoridad de la revelación de Dios; la otra afirma la autonomía humana. A pesar de la variedad de posiciones filosóficas incrédulas, sólo hay fundamentalmente dos opciones. Como afirmó Cristo: “El que no está conmigo, está contra mí” (Mateo 12:30). En el fondo, o bien se tiene la mente del “hombre viejo” que camina en la ignorancia y la inutilidad, o bien se tiene la mente del “hombre nuevo” renovada por Cristo (Ef. 4:17-24). Van Til señaló, “Hemos buscado constantemente sacar a la luz que todas las formas de pensamiento antiteísta pueden ser reducidas a una sola”.19 Sería incorrecto, entonces, concebir la apologética presuposicional de Van Til como un proyecto inductivo para encontrar y luego refutar cada alternativa “imaginable” al cristianismo - cada variación, pasada o futura, en la cosmovisión del razonamiento autónomo.20 Un hombre sabio e inspirado que estudió el asunto concluyó: “No hay nada nuevo bajo el sol” (Ecl. 1:9-10; cf. 12:12). Lógica y teológicamente, en el nivel más básico de presuposición sólo hay una opción fuera del compromiso cristiano, y es el rechazo (o el fracaso) de dicho compromiso. O bien el Dios vivo y verdadero (caracterizado concretamente por su autorrevelación)21 es el punto de referencia filosófico y la autoridad final de una persona, o de alguna manera el hombre (individual o colectivamente, ateo o conjurando sustitutos idólatras) asume esa posición y función. A pesar de las “disputas familiares” y las desviaciones secundarias entre los hombres no regenerados en su pensamiento, están unidos en el nivel básico al dejar de lado la concepción cristiana de Dios. La manera indirecta de probar la posición cristiana es, por lo tanto, exhibir la inteligibilidad del razonamiento, la ciencia, la moral, etc., en el contexto de las presuposiciones bíblicas (así como mostrar cómo las objeciones de los incrédulos son resolubles, dado ese contexto de pensamiento22, y luego hacer una crítica interna de las presuposiciones del pensamiento autónomo (en cualquier forma que se esté discutiendo actualmente) para mostrar que destruye la posibilidad de probar, comprender o comunicar cualquier cosa.
REDUCIENDO LAS PRESUPOSICIONES NO CRISTIANAS AL ABSURDO23
Puesto que el pensamiento antiteísta toma este método de razonamiento unívoco como el único método de razonamiento posible, y puesto que el razonamiento unívoco es el razonamiento del “hombre natural”, que no abandonará ni puede abandonar hasta que deje de ser un “hombre natural” y pase a ser un hombre regenerado, lo único que es importante recordar es que debemos poner frente a este hombre natural, no algo que sea una pequeña modificación de lo que ya tiene. Debemos mantener ante él la necesidad de una reversión total de su actitud mental.
Esto es lo que Pablo hizo cuando predicó el evangelio a los sabios de Atenas, empapados como estaban de Platón y Aristóteles. Los epistemólogos cristianos han sido muy negligentes al temer seguir el ejemplo de Pablo audazmente.24 Temían que no obtendrían resultados si no tuvieran miedo en su enfoque. Sin embargo, si algo parece seguirse de la posición cristiana en su conjunto, es que no podríamos esperar ningún resultado a menos que se tomen medidas audaces. Si toda la cabeza está enferma y todo el corazón se desmaya, no es una caja de rapé lo que se necesita, sino un estimulante vivo. Si los hombres están muertos en sus pecados y transgresiones, también están muertos epistemológicamente, y ninguna demostración de salud servirá de nada, sino solo el regalo de una nueva vida. Por consiguiente, debemos razonar de tal manera que el Espíritu Santo pueda dar vida a través de nuestro razonamiento como una vía.
Nuestro razonamiento debe ser siempre y en todas partes verdaderamente analógico.25 No importa si razonamos inductivamente o deductivamente, si analizamos o sintetizamos, si razonamos a priori o a posteriori, si sólo razonamos analógicamente somos fieles a nuestro principio y podemos esperar resultados, y si no razonamos analógicamente no somos fieles a nuestro principio y no podemos esperar ningún resultado.
La necesidad de razonar analógicamente está siempre implícita en la concepción teísta de Dios. Si Dios debe ser considerado como necesario para la interpretación de los hechos o los objetos de conocimiento por parte del hombre, debe ser considerado como determinante de los objetos de conocimiento. En otras palabras, debe ser considerado como el único intérprete último, y el hombre debe ser considerado como un reinterprete finito. Puesto que, entonces, la absoluta autoconciencia de Dios es el intérprete final de todos los hechos, el conocimiento del hombre es analógico al conocimiento de Dios. Dado que todos los hechos finitos existen en virtud de la interpretación de Dios, la interpretación del hombre de los hechos finitos depende en última instancia de la interpretación de los hechos por parte de Dios. El hombre no puede, excepto para su propio perjuicio, mirar los hechos sin mirar la interpretación de Dios de los hechos. El conocimiento del hombre de los hechos es entonces una reinterpretación de la interpretación de Dios. Esto es lo que significa decir que el conocimiento del hombre es analógico al conocimiento de Dios.
Ahora debemos considerar más a fondo la cuestión de cómo alguien que se ha convencido de que el razonamiento analógico es el único tipo de razonamiento que nos da la verdad, debe enfrentarse a alguien que está convencido de que el razonamiento unívoco es el único tipo de razonamiento que puede ponerle a uno en contacto con la verdad.
En el capítulo anterior hemos visto que el punto de contacto que podemos presuponer es que el hombre, de hecho, nunca existe con tanta independencia como cree. Permanece accesible a Dios siempre. Esto es lo que nos da el valor para proceder. Y con esta convicción procedemos con la seguridad del éxito. Esto es lo que nos da el valor de no condescender a ninguna forma de razonamiento unívoco.
Cuando abordamos la cuestión de esta manera deberíamos estar dispuestos a empezar en cualquier lugar y con cualquier hecho en el que cualquier persona que conozcamos esté interesada. La misma convicción de que no hay un solo hecho que pueda ser realmente conocido a menos que sea interpretado teísticamente nos da esta libertad de comenzar en cualquier lugar, en lo que se refiere a un punto de partida próximo. Si pensáramos que el hecho de la existencia de Dios no tiene importancia para la física, tendríamos que tratar de poner en contacto a nuestros oponentes de inmediato con el problema más específicamente religioso. Pero eso es exactamente lo que no necesitamos hacer.
Podemos empezar con cualquier hecho y desafiar a “nuestros amigos enemigos”, para darnos una interpretación inteligible de él. Como el no teísta está tan convencido de que el razonamiento unívoco es el único posible, debemos pedirle que razone unívocamente por nosotros para que podamos ver las consecuencias.
En otras palabras, creemos que está en armonía y que es parte del proceso de razonamiento analógico con un no-teísta pedirle que nos muestre primero lo que puede hacer. Podemos, para estar seguros, ofrecerle de inmediato una declaración positiva de nuestra posición. Pero esto lo rechazará de inmediato como algo imposible. Así que podemos pedirle que nos dé algo mejor. La razón que da para rechazar nuestra posición es, en última instancia, que implica una auto-contradicción. Vemos de nuevo como una ilustración de esta acusación el rechazo de la concepción teísta de que Dios es absoluto y que sin embargo ha creado este mundo para su gloria. Esto, dice el no-teísta, es auto-contradictorio. Y sin duda lo es, desde un punto de vista no teísta.
Pero la pregunta final no es si una declaración parece ser contradictoria. La pregunta final es en qué marco o en qué visión de la realidad -cristiana o no cristiana- la ley de la contradicción puede tener aplicación a cualquier hecho. El no cristiano rechaza de entrada la visión cristiana por ser contradictoria. Cuando se le pide que fundamente la ley de contradicción, no puede ofrecer nada más que la idea de contingencia.
Lo que tendremos que hacer entonces es tratar de reducir la posición de nuestro oponente a un absurdo. Nada menos será suficiente. Sin Dios, el hombre está completamente perdido en todos los aspectos, tanto epistemológicos como morales y religiosos. Pero, ¿qué queremos decir exactamente con reducir la posición de nuestro oponente a un absurdo? Piensa que ya ha reducido nuestra posición a un absurdo por el simple expediente del que acabamos de hablar. Pero debemos señalarle que sobre una base teísta nuestra posición no se reduce a un absurdo indicando las “dificultades lógicas” que implica la concepción de la creación. Sobre la base teísta hay que sostener que las categorías humanas no son sino análogas a las categorías de Dios, por lo que es de esperar que el pensamiento humano no sea capaz de comprender cómo Dios será absoluto y al mismo tiempo creará el universo para su gloria. Si se toma en el mismo nivel de existencia, no hay duda de que es una contradicción decir que una cosa está llena y al mismo tiempo se está llenando. Pero es exactamente este punto el que se cuestiona: si Dios debe ser considerado al mismo nivel que el hombre. Lo que el antiteísta debería haber hecho es mostrar que incluso sobre una base teísta nuestra concepción de la creación implica una auto-contradicción.
Por lo tanto, debemos dar a nuestros oponentes un mejor tratamiento que el que ellos nos dan. Debemos señalarles que el razonamiento unívoco en sí mismo conduce a la auto-contradicción, no sólo desde un punto de vista teísta, sino también desde un punto de vista no teísta. Esto es lo que debemos entender cuando decimos que debemos encontrarnos con nuestro enemigo en su propio terreno. Esto es lo que debemos entender cuando decimos que razonamos desde la imposibilidad de lo contrario. Lo contrario es imposible sólo si es contradictorio cuando opera sobre la base de sus propias suposiciones. Es esto también lo que debemos entender cuando decimos que estamos argumentando ad hominem. En realidad, no argumentamos ad hominem a menos que demostremos que la posición de alguien implica una auto-contradicción, y no hay auto-contradicción a menos que se demuestre que el razonamiento de uno es directamente contradictorio o que lleva a conclusiones que son contradictorias de las propias suposiciones.
Se verá que cuando razonamos ad hominem o cuando decimos que nos colocamos en la posición de nuestro oponente seguimos razonando analógicamente. No razonaríamos analógicamente si realmente nos pusiéramos en la posición de nuestro oponente. Entonces tendríamos que razonar unívocamente con él, y nos ahogaríamos con él.26 Utilizamos la figura del ahogamiento para sugerir qué es lo que realmente hacemos cuando decimos que nos colocamos en la posición de otro. Podemos entonces compararnos con un salvavidas que sale a salvar a alguien de ahogarse. Tal salvavidas debe estar atado a la orilla del mar donde quiere rescatar a la otra persona. Puede depender de su poder de natación, pero este mismo poder de natación es un cordón invisible que lo conecta a la orilla. Del mismo modo, si razonamos cuando nos ponemos en la posición de nuestros oponentes, no podemos por un momento hacer más que argumentar así por “el bien del argumento”.
Cuando razonamos así no estamos razonando en base a alguna ley abstracta de auto-contradicción. Hemos visto que la misma cuestión entre teístas y anti-teístas es sobre el fundamento de la ley de contradicción. Cuando critican nuestra posición y piensan que la han reducido al lugar que corresponde a la ley de contradicción, no cedemos a la derrota ni apelamos a la irracionalidad en nombre de la fe, sino que desafiamos su interpretación de la ley de contradicción. Sostenemos que han asumido falsamente que la contradicción debe identificarse con lo que está más allá de la comprensión del hombre. Pero esto da por sentado que las categorías humanas son las últimas categorías, que es justo lo que está en cuestión. Debemos mantener que tenemos la verdadera concepción de la ley de la contradicción. Según esta concepción, sólo es auto-contradictorio lo que contradice la concepción de la autoconciencia absoluta de Dios. Si hubiera en la Trinidad tal auto-contradicción, también la habría en la cuestión de la relación de Dios con el mundo. Pero, dado que la Trinidad es la concepción por la cual la unidad y la diversidad últimas son llevadas a la misma ultimidad, es esta concepción de la Trinidad la que hace imposible la auto-contradicción para Dios y por lo tanto también imposible para el hombre. La auto-contradicción completa sólo es posible en el infierno, y el infierno es en sí mismo una auto-contradicción porque se alimenta eternamente de la negación de una afirmación absoluta. Por consiguiente, debemos sostener que la posición de nuestro oponente se ha reducido en realidad a la auto-contradicción cuando se muestra irremediablemente opuesta al concepto teísta cristiano de Dios.
Sin embargo, para traer este argumento lo más cerca posible de la conciencia no regenerada, debemos tratar de mostrar que el no teísta es contradictorio con sus propias suposiciones, así como con la suposición de la verdad del teísmo, y que ni siquiera puede ser contradictorio sobre una base no teísta, ya que, si se viera a sí mismo como contradictorio, ya no lo sería.
Ahora bien, cuando este método de razonamiento de la imposibilidad de lo contrario se lleva a cabo, realmente no hay nada más que hacer. Nos damos cuenta de esto si recordamos de nuevo que si una vez que se ve que la concepción de Dios es necesaria para la interpretación inteligible de cualquier hecho, se verá que es necesaria para todos los hechos y para todas las leyes del pensamiento. Si uno viera realmente que es necesario tener a Dios para comprender la hierba que crece fuera de su ventana, llegaría ciertamente a un conocimiento salvador de Cristo, y al conocimiento de la autoridad absoluta de la Biblia. Es verdad, concedemos que no es normalmente de esta manera que los hombres se convierten en verdaderos teístas cristianos, pero lo ponemos de esta manera para poner de manifiesto claramente que la investigación de cualquier hecho implicará una discusión del significado del cristianismo así como del teísmo, y una posición sólida tomada sobre uno implica una posición sólida sobre el otro. Es bueno enfatizar este hecho porque hay fundamentalistas que tienden a tirar por la borda toda la investigación epistemológica y metafísica y dicen que limitarán sus actividades a la predicación de Cristo. Pero vemos que no están realmente predicando a Cristo a menos que lo estén predicando por lo que quiere ser, es decir, el Cristo de importancia cósmica. Ni siquiera podrán conservar por mucho tiempo el significado soteriológico de Cristo si abandonan su significado cosmológico. Si se permite que ciertos hechos se conozcan realmente aparte de Dios en Cristo, no se sabe dónde estará el límite. Pronto parecerá que el elefante querrá calentarse más que su nariz. Pronto reclamará que las verdades de la conciencia religiosa también pueden ser conocidas aparte de Cristo, y por lo tanto puede convertirse en el estándar de lo que debe ser aceptado de la Biblia.
A este respecto, también debemos decir unas palabras sobre la afirmación que a menudo hacen los cristianos de que debemos ser positivos en lugar de negativos en nuestra presentación de la verdad a los que aún no la han aceptado. No tenemos ninguna queja de esta afirmación si se entiende correctamente. Ciertamente debemos presentar la verdad del sistema teísta cristiano constantemente, en cada punto del argumento. Pero está claro que, si ofreces una nueva esposa a uno que está perfectamente satisfecho con la que tiene ahora, no es probable que te alivies de tu carga.
En otras palabras, es la autosuficiencia del “hombre natural” la que debe ser sometida a cierta presión, antes de que haya alguna posibilidad de que considere la verdad de manera seria. La parábola del pródigo nos ayuda aquí. Mientras el hijo estaba en casa, no había nada más que un argumento positivo que se sostenía ante él. Pero él quería salir de la casa del padre para permitirse una “vida de alboroto”. No fue hasta que estuvo en el chiquero de los cerdos, no fue hasta que vio que se había convertido en un cerdo y que no podía serlo porque era un hombre, que empezó a considerar a los sirvientes de su padre que tenían mucho pan. El reino de Dios debe ser construido sobre la destrucción del enemigo. Dios aumenta sus plagas sobre aquellos que “habitan en la tierra” para hacerles pensar de forma analógica. Y aunque claman para que las montañas y las colinas caigan sobre ellos en lugar de volverse hacia el que los castiga, sin embargo, Dios sigue aumentando el peso de sus plagas. Esto es más que una analogía. El razonamiento unívoco es en sí mismo una parte de la manifestación del pecado. Por lo tanto, también debe ser destruido. Y si se destruye, el resultado natural es el razonamiento analógico. Y no importa cuán lejos parezca el camino, una vez que uno razona analógicamente llegará por fin a la casa del padre. El país lejano al que el hijo pródigo se había ido y donde pensaba que estaba fuera del control del padre era, sin embargo, el país del padre, y el padre estaba “moviendo los hilos” allí.
Es esto, como se notará, lo que nos lleva a la victoria. Si no fuera cierto que es el padre quien “mueve los hilos”, razonaríamos en vano. Porque no necesitamos halagarnos a nosotros mismos de que incluso si se le muestra al no teísta que su posición es contradictoria en sí misma en el sentido de que contradice sus propias suposiciones y rompe en pedazos su propia ley de contradicción, se apartará de sus propios caminos. En su lugar, concluirá que el hombre debe permanecer en esa completa irracionalidad, en lugar de recurrir al razonamiento analógico. El milagro de la regeneración tiene que ocurrir en algún lugar, y todo lo que estamos discutiendo es que debemos preguntarnos dónde es que el Espíritu Santo probablemente realizará este milagro. Y entonces no puede haber duda alguna de que la probabilidad está a favor en ese lugar donde el no-teísta ha visto hasta cierto punto el vacío y la vanidad de su propia posición.
Por: Greg L. Bahnsen
Notas:
Pero si esa “suposición gratuita” no se hiciera, entonces todo el argumento entre el creyente y el no creyente no tendría sentido. Ambas partes asumen que alguna perspectiva filosófica hace que el razonamiento sea inteligible y posible, o de lo contrario no tendría sentido comunicarse y discutir entre sí. Ahora bien, como el diálogo entre el creyente y el incrédulo asume el sentido de sus palabras y la inteligibilidad de su razonamiento, el incrédulo o bien (1) asume implícitamente las presuposiciones del cristiano, (2) considera un misterio que no todo sea misterioso o carente de sentido, o bien (3) ofrece una cosmovisión en la que sus palabras y su razonamiento tengan sentido. Si admite (1) o (2), ha concedido la derrota en su intento de probar que el cristianismo está equivocado. Si lo intenta (3), el apologista procede a reducir su visión autónoma al absurdo. Si el incrédulo se da cuenta de este absurdo, puede intentarlo y volver a intentarlo, pero en cada caso el apologista redobla su esfuerzo y vuelve a reducir la autonomía al absurdo. Eventualmente el no creyente debería entender el punto y reconocer que sus esfuerzos siempre fallan porque presuponen la autonomía humana.
Alternativamente, puede dar un “salto de fe ciego” y mantener la esperanza de que algún día, en algún lugar, alguien proporcione una cosmovisión autónoma adecuada para proteger a los incrédulos contra la convincente racionalidad del cristianismo, en cuyo caso ha vuelto a la posición (2) y pierde de todos modos. El tipo de necesidad por el que argumenta la apologética presuposicional es trascendental o inherente al propio argumento (mostrando que la condición previa de inteligibilidad hace imposible cualquier argumento incrédulo), no se trata de eliminar exhaustivamente las cosmovisiones incrédulas (todas las cuales comparten el punto crítico de la presunta autonomía).
Piense una vez más en el maltrecho y a menudo refutado oponente de la visión cristiana del mundo. Montgomery imagina que este oponente podría ahora argumentar que “este es un universo contingente, por lo que las opciones filosóficas son infinitas”. Pero en un universo completamente contingente, en el que no habría lógica, causalidad o moralidad, esta misma declaración no sería inteligible. El incrédulo finito y falible no tiene autoridad intelectual para hacer declaraciones sobre una gama de posibilidades (¡mucho menos sobre lo que es “infinito”!). No puede seguir argumentando en contra del cristianismo de ninguna manera significativa (ni siquiera confiando en posibilidades hipotéticas) sin asumir la visión cristiana del mundo.
Respuestas similares serían apropiadas, mutatis mutandis, para David Hoover (“For the Sake of Argument”, 4, 8-9), quien piensa que la “finitud discursiva” (falta de omnisciencia) impediría que “un intelecto humano finito” “[alcanzara] la perspectiva necesaria para llevar a cabo un argumento de tan grandes consecuencias”. Es decir, la argumentación presuposicional podría mostrar que el cristianismo es una condición suficiente para la racionalidad, la uniformidad, etc., pero no puede mostrar que el cristianismo sea una condición necesaria. Sin embargo, nunca se ha sostenido (a partir de Kant) que un argumento trascendental establezca la necesidad sólo mediante la eliminación exhaustiva de todas las formas reales e imaginarias de expresar la alternativa (de la que lógicamente sólo hay una: la negación de la conclusión). ]
Alternativamente, el incrédulo podría argumentar que hay un problema con la enseñanza de la Biblia sobre Dios, ya que sería “fundamentalmente injusto” que mostrara amor y compasión a un grupo étnico (por ejemplo, los judíos del Antiguo Testamento) mientras que pasa por alto a otros grupos y los condena a la perdición. Una vez más, el apologista debe responder que esto no es un problema dentro de la cosmovisión bíblica, en la que las premisas de control son que todos los hombres son culpables ante Dios y merecen su ira, y que un Dios misericordioso por la naturaleza misma de la gracia puede mostrar misericordia a quien quiera.
No es raro que un incrédulo ofrezca objeciones a la fe que sólo tienen peso dentro de su propia cosmovisión, por lo que se mendiga la pregunta. Por ejemplo, una vez debatí con un abogado bien educado sobre la existencia de Dios, y me preguntó cómo podía creer en la inerrancia de los antiguos libros de la Biblia, siendo que las personas que los escribían y transcribían no tenían computadoras y copiadoras modernas. Le respondí que dentro de la visión cristiana del mundo, esto no presenta ningún problema, ya que Dios controla todos los eventos y resultados (incluso aquellos que se producen por elección y actividad humana) y es mucho más capaz y poderoso que las máquinas modernas.